Una taza de té verde extrañamente caliente humea entre mis manos. Digo extrañamente caliente no porque en esa cafetería tuviesen la costumbre de servir las bebidas calientes tibias tirando a frías sino porque por norma tengo la costumbre de pedir café con hielo, té con hielo, tila con hielo; en resumen, que no me gustan las bebidas con las que te quemas la lengua y casi siempre lo bebo de un trago para salir corriendo a donde sea.
Pero ese día necesita disponer de un tiempo de tranquilidad para pensar. Había caminado alejándome de las rutas más habituales en busca de una cafetería que ya conocía de otras ocasiones y situada en una calle en la que casi seguramente no me encontraría a ningún amigo.
¿Saben esos momentos en los que quieres estar a solas? Ese era mi estado ánimo en ese momento y esa cafetería localizada al lado de un edificio que aún no sé como todavía sigue en pie era mi escondite del mundo. Su dueña, una mujer de tanta edad como pocas palabras no era un dechado de empatía, pero no era necesario. Yo le hacia mi pedido y ella me lo servía. Sin palabrería innecesaria y molesta.
El té verde servido seguía enfriándose mientras yo pensaba, pensaba, y pensaba para reconcentrarme cada vez más en mí misma creando un sentimiento de pena que crecía cada vez que mi mente volvía dar otra vuelta sobre el mismo pensamiento como si estuviese en un laberinto del que no encontrase la salida.
Y entonces le vi. Litos. Ese es su nombre. Estaba parado delante de la cafetería mientras esperaba que el semáforo cambiase de rojo a verde. Me parece que no he dicho que la cafetería estaba situada en un chaflán por lo que desde mi mesa situada al lado de una de las ventanas era capaz de ver tanto a peatones como a coches parar y detenerse en el semáforo. Creí que el mundo se reía de mí al ver que mi escondite estaba a punto de ser descubierto. Tal era mi estado de ánimo en ese instante que mi cerebro todavía buscando la salida del laberinto que no me di cuenta de que Litos ni siquiera había mirado una sola vez hacia el interior de una cafetería poco atractiva desde el exterior.
Puede ser que mi entendimiento despertase de su letargo cuando miré a Litos. Carlitos siempre había sido Litos para amigos y conocidos. Él mismo había modificado su nombre en el registro civil al llegar a la mayoría de edad para convertirse oficialmente en Litos. Como digo, deje de verle para mirarle y yo, que le conocía desde la época de las travesuras infantiles y que ahora compartíamos por designios del destino la misma planta laboral aunque en diferente sección, me di cuenta de que alguna cosa no iba bien. Litos, con una sonrisa bailando eternamente en los labios y una palabra alegre pugnando por ser nombrada. ¿Saben, esas personas que nunca se ven tristes y que alegran el ambiente allí donde tienen la suerte de estar? Litos era siempre el alma de las fiestas y el más solicitado gracias a su arte para animar a los desanimados.
Ese era el Litos que yo conocía, pero no era el Litos que tenía delante de mí. Este Litos que esperaba para cruzar en un semáforo que parecía extrañamente reticente a cambiar de rojo a verde estaba triste, con los hombros hacia delante y cabizbajo. No, esa no era la posición corporal del alegre Litos, siempre con la cabeza alta y los ojos brillantes.
El semáforo cambió de color, obligando a los conductores a detener sus vehículos y permitiendo a los peatones atravesar la calle. Litos, obediente, comenzó a cruzar sin levantar casi la mirada del suelo y entonces yo sin ni siquiera reflexionar abandoné mi té ya listo para ir ser bebido a sorbos para salir corriendo de la cafetería ante los ojos de la dueña, creo que asustada al pensar que me iba sin pagar.
—¡Litos! —grité desde la puerta de la cafetería cuando él ya estaba a punto pisar la otra acera— ¡Litos!
Litos se volvió al oír su nombre, sin duda asombrado ya que se detuvo un instante para girar la cabeza a ambos lados como si pensase que todo había sido fruto de su imaginación al oír mi primer grito pero girándose al oír el segundo.
Nos miramos a los ojos. Yo leí en ellos el mismo pensamiento que había discurrido en mi interior al verle. Los dos nos habíamos sentido decepcionados al encontrar un conocido cuando deseábamos la soledad, pero yo ya había superado esa etapa por lo que miraba sonriente a un Litos todavía indeciso sobre el siguiente paso.
—Ven, te invito a lo que quieras —Ya no quiero estar a solas, en ese momento todos mis pensamientos se centraban en descubrir que le sucedía a Litos—. Ya sé lo que piensas, pero al menos sirven un magnífico café y el pastel de arándanos está de muerte.
No sé que le convenció pero Litos volvió sobre sus pasos y los dos nos sentamos en la mesa en la que mi té enfriaba. Bebí mientras él pedía un cortado con la leche muy caliente a una cada vez menos amable dueña.
—¿Sabes cuándo estás pensado en algo y crees que es bueno pero que al trasladarlo al papel descubres que ha perdido su fuerza? —me pregunta antes de que yo le hiciese una sola pregunta.
—No te entiendo. ¿De qué hablas?
—¿Nunca has imaginado una historia que crece en tu imaginación pero que no puedes trasladar a la forma escrita porque en ese momento caminas por la calle o estás en la cama a la espera de soñar?
—Siento decirte que no.
—Y cuando tienes la hoja en blanco delante de ti e intentas trasladar todos tus pensamientos descubres que son humo.
—Te veo muy apenado. ¿Es qué tienes una historia en mente?
—Sí. Cada noche, cuando ya estoy en la cama y antes de dormir, comienzo a imaginar una historia. Y al llegar el día esa historia desaparece y no vuelvo a acordarme de ella hasta que vuelvo a estar entre las sabanas. Y cada noche vuelvo a crear esa misma historia comenzado de cero.
—¿Y me puedes decir sobre que trata? —pregunto intentado parecer interesada, aunque no entendía semejante estado de preocupación.
—No te puedo explicar demasiado, ya que poco es lo que he imaginado hasta el momento. El sueño me vence rápido.
—Algo me podrás explicar, si no es un secreto.
—No. Quizás tú me podrás ayudar a superar este bache.
Espero atenta con una media sonrisa en los labios al escuchar que esperaba mi ayuda.
—Recuerda que la historia es muy corta —me dice innecesariamente—. Trata de un joven que se esconde en un bar huyendo de sus amistades.
—¿Y por qué?
—Para pensar.
—¿En qué?
—No lo sé todavía. Solamente sé que pide una bebida caliente para entretenerse.
—¿Y puedes explicarme algo más? —inquiero sintiéndome identificada con el protagonista de la historia.
—No, no he conseguido avanzar más.
—Tendrás alguna idea de porque actúa así. O si es una mujer o un hombre.
—No. Solamente sé que está en un bar que peca de poco limpio, situado en un barrio por el que no acostumbra a pasear. Y que piensa, pero aún no he conseguido avanzar en la historia para saber que discurre por su mente.
—Lo siento, pero no creo que te pueda ayudar. Ya sabes que lo mío son los números y no las letras.
—¿En qué puede estar pensado una persona sentada a solas en un bar?
—No sé, en muchas cosas.
—¿Y por qué va a huir alguien de sus amistades? —demanda alguien al que le gusta estar siempre rodeado de amigos.
—A veces las personas necesitan de la soledad.
—¿Por qué?
—No lo sé, pero es así.
—Por cierto, ¿qué haces por esta zona? —pregunta y comienzo a ver al conocido Litos, siempre pensando en los demás.
—¿Yo? Nada —afirmo—. Hay una tienda de ordenadores por aquí cerca y me iba a acercar a ver si tenían alguna oferta. ¿Me acompañas?
—¿Por qué no? Espera que me acabe el cortado. Se ha pasado de caliente. Aún tardaré un tiempo, ¿no te importa?
—No tengo prisa. Siempre le puedes pedir un vaso con hielo.
Litos obedece y con sus mejores modales se lo pide a la dueña. Ella sonríe ante mi desconcierto. Hasta entonces jamás le había visto semejante proeza. Litos le devuelve la sonrisa y ella se aleja pareciendo la persona más contenta que hay en la cafetería.
—No sé cómo lo haces —comento—. A mí nunca me ha sonreído y eso que no es la primera vez que vengo a esta cafetería
—Será porque tú nunca la has sonreído —contesta mientras se bebe el resto del café y yo me termino un té ya frío—. Estoy seguro de que es una buena mujer, solamente hay que ver lo bueno que está el café.
—Y el pastel de arándanos.
Pocos minutos los dos salimos de la cafetería, cada uno con su propia porción de pastel de arándanos, camino de la tienda de ordenadores.
- Relato presentado al III Concurso de relato corto, temática libre de Zonaereader.