Autor: Thoric Fraz
Inspiración en: Septiembre, de Erik Werenskiold

En septiembre de 1876, debíamos prepararnos esta tarde para la fiesta del pueblo. Seguro que habría gran jaleo como siempre, incluso algunos fuegos artificiales, sería estupendo.
—Oye Tess, ¿crees que el abuelo nos llevará a ver al mago? –pregunté.
—Gerrit, ya sabes lo que piensa de esos trucos, dice que son unos mentirosos, no son magos de verdad —dijo mi hermana con un tono firme.
Recapacité por un momento y razón no le faltaba, el año pasado, el mago que trajeron, se pasó dándole al vino. En la actuación, acabaron las cartas por los suelos, la paloma murió en el sombrero, los conejos se escaparon de la jaula y me atrevería a decir que su acompañante tras ese cuchillo clavado en la oreja y los gritos que dio no volvió a ser la misma.
De momento, disfrutamos de una mañana apacible, desde las vallas. El cielo estaba totalmente despejado y el brillo del sol era casi veraniego. La brisa era fresca, proveniente de las montañas.
—Gerrit, Tess, a comer –gritó la abuela desde la puerta de casa.
Estábamos hambrientos, corrimos como dos lobos hambrientos, tras una larga víspera de invierno. El Hutspot de mi abuela estaba riquísimo, aunque Tess era bastante delicada y apartaba la cebolla del plato.
Ya llegó la media tarde y subimos a vestirnos:
—Abuela, ¿crees que iremos a ver al mago? Dicen que el de este año es muy bueno, que al otro no lo volverían a contratar ni por cien gallinas.
—No lo sé, Gerrit, hablaré con tu abuelo.
—¿Y si nos acompañas tú?
—¿Yo? No, yo no. Claro que no. —Se puso a mover la cabeza como una veleta al viento.
Comencé a vestirme con la ropa típica de aquel día. Unas calcetas azules, esa falda larga que me llegaba por debajo por debajo de la rodilla color ceniza, un fajín verde menta y esos espantosos zuecos de madera que tanto odiaba. Toqué la puerta donde mi abuelo removiendo algo en los cajones.
—¿Abuelo? —pregunté tímidamente.
—¡Oh! Gerrit, mira cómo estás. Ja, ja, ja, aún te va el del año pasado. —Parecía estar de buen humor —Y bien, ¿qué querías decirme?
—Mmmm solo era…
—Ya sé que quieres, tu abuela me lo ha dicho. Iremos a verle si es lo que quieres, aunque esta vez no pienso quedarme si el espectáculo es tan bochornoso como el del año pasado. Tras el primer truco decidiremos qué hacer.
Asentí y salí de la habitación lleno de júbilo. Y si aquel mago era como el del año pasado pobre diablo, le lloverán las verduras por todas partes. Nos montamos en la carreta con mi abuela, mi abuelo guiaría al buey hasta el pueblo. Durante el traqueteo de la carreta, a lo lejos en el bosque, vi una brillante luz verde, parecía un fuego que rezumaba desde las ventanas de un carruaje tirado por dos caballos. Iba a toda prisa dejando una estela a su paso.
—Tess ven —Se acercó y miró hacia donde yo señalaba.
—¿Qué quieres? —Parecía no darse cuenta.
—¿No ves aquel verde brillante entre los árboles? —Tess miró durante unos segundos.
—La verdad que no veo nada, ¿no me estarás gastando una broma, no? —Miré a la arboleda, pero aquella visión había desaparecido, se esfumó, como si hubiera sido tragada por la tierra.
—Creí haber visto algo, olvídalo.
Llegamos al pueblo, en la entrada se veían carteles del mago Mr. Dedrik. Las farolas bañaban el ambiente de un amarillo plomizo y las atracciones y puestos llenaban de alegría las fiestas. Este año estaba repleto, la gente deambulaba de un lugar a otro, comprando verduras, flores, quesos, etc. Algunos estaban vestidos con ropas típicas, muchos no y otros eran extranjeros que ni tan siquiera entendían porque vestíamos como vestíamos, así que miraban, compraban, comían y bebían.
Llegó diligente un carruaje negro, aparentemente sin conductor, frenando en seco en medio de la feria generando una gran polvareda. El brillo de la luna en el pelaje del caballo azabache era hipnótico. La puerta se abrió vigorosamente, nadie salía, un murmullo entre el gentío tomó forma, e iba en aumento. Algunos curiosos intentaban asomarse, pero en su interior todo era sombrío, no dejaba ver nada. Un pie dio un paso al frente, seguido del resto del cuerpo, que iba cubierto por una oscura capa de forro verde. En su cabeza una chistera, su cara cubierta hasta la mitad, solo dejaba ver el agudo mentón y una piel cadavérica.
—Hola, ciudadanos de Marken, soy Mr. Dedrick —Agarró la máscara y la lanzó al cielo; está desapareció y en su lugar unos murciélagos volaron hacia nosotros. Nos agachamos, ahogando un grito, estos sobrevolaron nuestras cabezas para subir hacia arriba como un torbellino de horror. La gente se asustó, pero aquel número acaparó la atención hasta de los más incrédulos.
—En una hora, les espero en la caseta verde, no me fallen. —Guiñó un ojo y subió al carruaje.
Pasó la hora y la gente se agolpaba en la caseta del mago. Al parecer había calado hondo con su truco. Yo rebosaba de alegría, hasta mi abuelo parecía tener ganas de saber, qué trucos haría aquel dichoso mago. Entramos como una marabunta y algunos pudieron coger sitio y otros se quedaron en pie. Nosotros nos sentamos al final, pero se veía bien. Algunos turistas se habían pasado con la bebida y gritaban:
—¿Dónde está el mago?
Una música empezó a sonar y el mago apareció en escena. Tenía un cetro negro que se retorcía, haciendo una lágrima cristalina, color esmeralda.
—Bienvenidos, a todos. Me alegro de ver a tanta gente. Es hora de empezar. Para el primer truco necesitaré la ayuda de una persona entre el público. ¿Alguien se atreve?
—¿Así empieza un mago?, ¿pidiendo ayuda al público? Menuda chufa está hecho.
—Bien, ahí está nuestro ayudante. —Lanzó dos piedrecitas al suelo, su cetro las señaló y una poderosa llama las envolvió. Esas llamas eran las mismas que vi en el bosque a lo lejos, aquel carruaje que cruzaba a toda prisa el bosque. Unas gárgolas brotaron, volaron por encima del público y sujetaron al turista llevándolo hasta el escenario.
—Bien, un aplauso para nuestro amigo.
La gente estalló entre risas y aplaudió ensordecedoramente.
—Déjame en paz, maldito mago.
—¿Qué podemos hacer con un bocazas, para que no moleste durante el truco? —Le señaló y se le empezaron a coser los labios.
—Tranquilos todo esto es parte del truco, después volverá a su estado normal. Igual se le quita hasta la borrachera. —Una siniestra y fría sonrisa como un glacial se dibujó en su cara. Comenzó a tocarse la boca, fuera de sí.
—Y bien, ahora procederemos a ejecutar el truco. Separaremos a este hombre de sus extremidades. Bien, no teman por su salud, estará bien. Solo es un truco.
Unas cajas se agolparon en el escenario como si fueran movidas por algo invisible, el cuerpo del turista se suspendió en el aire, las cajas agarraron sus extremidades, se separaron; el torso era lo único que ahora quedaba unido a su cabeza y las extremidades al abrir la tapa estaban almacenadas en su interior. La sala emitió una expresión de asombro al unísono.
—Bien, bien, bien, él volverá a recuperar su forma natural —Chasqueó los dedos y las cajas chocaron con el tronco y este estalló en sangre y vísceras.
La gente cambió su cara en cuestión de segundos, sonrisas cambiaron hasta ahuecar sus bocas emitiendo gritos de absoluto terror y sus abiertos ojos como platos. La primera fila se manchó por completo de intestinos y sangre. Mi abuelo intentó taparnos los ojos, pero era tarde ya habíamos visto el espantoso suceso. Aquel mago parecía más un carnicero, que un mago. Todos salieron a correr, pero las puertas estaban selladas. Mi abuelo se percató antes y nos escabullimos hasta el muro trasero. Empezó a golpear varios tablones, pero aún no podíamos pasar. El mago miraba a las personas ampliando su sonrisa de lunático. Uno a uno eran señalados con el dedo como si una pistola sostuviera su cetro en alto. Brillaba rezumando maldad y rencor; todo el que señalaba explotaba en un amasijo de huesos y carne. Recordé esa cara, estaba cambiado. pero clarísimamente era el mago del año pasado. Mi abuelo, al fin lo logró.
—Vamos chicos por ahí, rápido. —Tenía los ojos desorbitados.
Tess pasó primero y yo tras de sí. Cuando pasamos el muro mi abuelo se agachó y asomó la cabeza.
—Id con la abuela y salid de aquí.
Estábamos nerviosos, pálidos, pero asentimos y los golpes en el muro siguieron intentando agrandar el hueco, pero tras dar un par de zancadas, los golpes cesaron, Tess no se percató y siguió adelante, pero di media vuelta escuché ese sonido característico es crujido de cientos de huesos que hizo real mis peores pesadillas. La sangre rodaba lentamente a través del hueco por el que segundos antes habíamos escapado. Claramente, esta vez mi abuelo fue el objetivo de ese terrible dedo que quitaba la vida a quien señalaba.