Tumbada allí al borde de la piscina, Irene se sentía feliz, ya pronto terminarían las vacaciones de verano, solo pensaba en que debería de disfrutar hasta el último momento.

Aquella mañana de lunes, cuando ya habían recogido, salió con disimulo diciendo que iba a por algo que se le había olvidado.

Encontró a María, su amiga, esta imaginó enseguida, al verla parada allí delante, lo que Irene iba a comprar.

La fachada de aquella tienda olía a Navidad, parecía la puerta de una fortaleza, miró hacia ella y leyó… “COMPRE CON TIEMPO”

Todo era consecuencia del verano y que aquella tienda vendía turrón todo el año, esperando paciente, pasaron dos horas, tiempo en el que, Irene habló con ella misma.

Los preparativos seguían siendo igual que otros años, el árbol con los adornos de otros años, el Belén un poco vintage, pero con la solera de los años felices en familia, todo igual como cada año pasado.

Esa noche la mesa estaba preparada, no faltaba ningún detalle, desde el caviar hasta los polvorones servirían para que la familia de Irene disfrutase de la esperada Noche Buena en buena compañía.

Terminaron de cenar e Irene, salió de la cocina con una bandeja de turrones y una botella de cava debajo del brazo.

—¡Bueno, queridos, vamos a brindar! ¿Recordáis el día de vuelta de las vacaciones?, —decía llena de entusiasmo—. Compré el turrón para estos días, ya que pensaba que no estaría aquí con vosotros, pero gracias a Dios, sigo aquí pese al diagnóstico que me dieron.
Todos se miraron y casi incrédulos levantaron sus copas en señal de brindis, mientras Irene seguía partiendo el turrón y diciendo…
—Ya sabéis, siempre con tiempo, mientras podáis, confiar siempre en el destino.